Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.- GABRIEL GARCIA MARQUEZ

domingo, 7 de octubre de 2012

pedimos otra cerveza, y otra pizza, y vuelta otra cerveza. Reímos, pedimos postre mientras continuábamos la charla. Cuando el suntuoso reloj dorado que colgada de la roja pared de la pizzería anunciaba que eran las doce y media, Jorge se levantó bruscamente y exclamó – tengo que irme, mamá hace tiempo que no está bien- torció su boca para formar nuevamente esa mueca macabra – yo la cuido-. Dicho esto me extendió la mano con un billete el cual yo me negué a aceptar. –Dale José-gimió- yo te invité, no la hagas más larga que necesito irme. No sé porque cual acto reflejo tomé el dinero que me entregaba. Me quedé allí simplemente mirando al vacío. Con media porción frente a mí. Mirando a través del ventanal las grandes zancadas de sus pasos sin gracia. Lo seguí con la mirada hasta que salió de mi vista. Pagué la cuenta y me fui. Volví a casa desconcentrado con una sensación extraña flotando dentro de mí. Al día siguiente no fue a trabajar, no me preocupe, ya lo había hecho antes, las veces que lo cubrí. Pero al siguiente tampoco se presento, no lo hizo en toda la semana. Como el dueño no aparecía a menudo, yo me las arreglaba para hacer el trabajo lo mejor que podía solo y así evitarle una sanción. Al pasar el fin de semana y no presentarse ese lunes tampoco, mi preocupación fue en aumento, busqué su ficha personal en la carpeta de la oficina que contenía nuestros datos. Encontré su número, lo marqué... llamaba...llamaba pero jamás nadie atendía. Esperé unas horas, volví a llamar, nada cambió. ¿Qué debía hacer? ¿Ir con la policía? ¿Sería para tanto? O solo una tontera mía, quizás había decidido no trabajar más, que se yo, y en vez de hacerlo como lo haría un trabajador normal directamente decidió no ir. Llegué a la conclusión que haría un llamado mas, si nadie atendía iría esa noche a ver a la casa. Tomé papel, una lapicera y anoté la dirección que figuraba allí: Huma huaca 2345, número tres. Casi al final de la jornada laboral, tomé nuevamente el tubo y marqué, nada. ¿Se habría enfermado la madre? El dijo que estaba muy enferma. Por esa razón habría salido a las corridas al hospital, me figuré. Salí del trabajo a las ocho, el clima se puso hostil, como si con su hostilidad querría decirme algo. Lloviznaba, el viento cálido hacía mecer las hojas de los árboles hacía un lado y hacía el otro. Apresuré el paso, quería llegar cuanto antes, quizás este joven con el que había logrado encariñarme me necesitaba ¡parecía estar tan solo! ¡Tan perdido! Llegué al lugar, parecía un pasillo interminable, vi el portero eléctrico a mi derecha, había seis timbres. Toqué el correspondiente al número 3, una vez, y dos, tres. Al igual que con el teléfono nada sucedió. Apreté fuerte, me colgué, pero todo siguió igual. Me acerqué mas a la enorme puerta de fierro negro y vidrio, miré adentro, solo ese pasillo lúgubre y gris con las baldosas viejas acompañadas de la humedad provocada gracias a la llovizna. Volví a insistir con el timbre, estaba muy preocupado a esta altura. Sentí que levantaron el tubo porque escuche un sonido del otro lado del portero, escuche música, lo que parecía música clásica, lo escuché a él, a Jorge, riendo, con una risa que nunca antes le había escuchado. Me provocó calosfríos. Pero volvieron a cortar. Desconcertado volví sobre mis pasos, ¿iría a la comisaria? Ya no sabía qué hacer, quizás fue todo un divague mío.

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