Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.- GABRIEL GARCIA MARQUEZ

martes, 15 de enero de 2013

Recuerdos del presente pasado



Nostalgias del tiempo vivido

Cosas que no volverán

Llenan mi alma de olvido

Recuerdos que nunca se irán

Eso me mantiene alegre

Eso me hace vivir

No prohíbas el recuerdo

De todo lo que ayer viví

Cariños que no volverán

Aunque perdidos no estén

Solo un tibio recuerdo serán

Así que no me quites esto

Que tanta alegría me da

Si solo eso reconforta mi alma

Vivir con recuerdos no está mal

Lo malo es vivir del pasado

Y no poder despegarse jamás

lunes, 10 de diciembre de 2012



LA NOTICIA

Habíamos heredado el lugar. La noticia llego a nuestros oídos como un dulce sonido musical. En toda la vida de mis padres jamás habían heredado nada, y por consiguiente yo tampoco. El momento que el teléfono sonó y nos enteramos a medias la buena nueva esta tan grabado en mis recuerdos como algo que hubiera sucedido ayer.
Yo recién había llegado de mi clase de ballet. Cansada, después de un largo día de entrenamiento para los finales de este baile solo quería dejar mis cosas, darme un baño y descansar.  Mamá, como era su costumbre, aunque sea temprano, eran las siete de la tarde, preparaba en nuestra vetusta cocina de la que solo funcionaban dos hornallas un abundante guiso lentejas, el que tendría que alcanzar para esa cena y para que papá llevé a su trabajo al siguiente día. A penas entré a casa me brindó un cordial saludo del que hice caso omiso. ¡Como necesitaría en este momento su abrazo! Como desperdicia uno las cosas que tiene y se añoran y duplican su valor cuando están ausentes. No solo se extrañan, si no que duele por haberlas despreciado Recién ahora pensando el tiempo atrás, ¡cómo respondería a ese abrazo!. Que arrepentida estoy.
Mi hermano, Juan Pablo,  estaba con la música a todo lo que da dentro de nuestro del cuarto que compartíamos los dos.
Sonó otra vez, y otra finalmente Mamá atendió y quedó prácticamente hecha una piedra mientras asentía con la cabeza, como si la persona al otro lado de la línea pudiera adivinar que lo estaba haciendo.
Yo grite hacia la habitación – Juannnnnnnpaaaa baja esa porquería- como no me escuchaba, tuve que acercarme, abrir la puerta para volver a decírselo –che Juanpa baja el volumen que parece que mamá recibió una llamada bastante importante- Como siempre nos habíamos llevado muy bien no hizo falta gritos ni peleas, accedió y me acompañó al comedor para saber qué cosa tan importante estaría hablando nuestra madre.
La puerta de calle se abrió, era papá que llegaba luego de su larga jornada laboral. Era electricista en una empresa constructora. Había trabajado allí supongo desde la época que yo nací. Había deseado con todo su corazón ser


un músico de rock, cantante, guitarrista, lo que fuere., pero mi llegada y al año siguiente la de mi hermano lo hizo desistir de esa idea de vivir de la música y volcarse a un trabajo que pueda mantener a su incipiente familia.
¡Dios mío como lo extraño! Entrando a casa siempre que caía la noche, cansado, pero no tanto como para no dedicarnos una de sus mejores sonrisas. Con la ropa gris del trabajo y su caja de herramientas en la mano.
La miraba a mamá cuya cara demostraba incredulidad, le hizo un gesto con la cabeza, como preguntando quién era que estaba del otro lado de la línea que la hacía poner esa cara tan graciosa para nosotros.
Mamá extendió el tubo y se lo dio a papá mientras le llego a susurrar un leve y tímido – es para vos -.
-Hable- la vos de él fue más enérgica –si soy yo- hubo silencio – ¿está Ud. seguro? Mañana andaré por ahí – colgó y nos miro a todos, especialmente a mamá que seguía estupefacta.
-Heredamos una casa…creo- nos dijo dubitativamente.
Y ahí empezó nuestra debacle…

lunes, 8 de octubre de 2012

Mi familia es perfecta – lo dijo mientras sonreía. Esa sonrisa tan rara que siempre tenía cuando hablaba de aquello. Hacía poco que éramos compañeros de trabajo, yo hacía veinte años que trabajaba en ese local de fotografías de la calle Billinghurst. Estaba a gusto allí, buena paga, buenos jefes, cerca de casa. Vivo a dos cuadras de allí, todas las mañanas caminaba respirando el aroma que emanaba de los arboles decorativos del lugar. Iba silbando, me gustaba mi trabajo. Como siempre algún malhumorado pretendía arruinarme el día, pero a mal tiempo buena cara cuando la dicha es buena. Jorge Mattía había llegado en abril, de eso había transcurrido seis meses. Nos habíamos hecho amigos, un hombrecito muy simpático por demás educado. Me pedía consejos, yo se los daba, según me dijo, me veía como un padre. Una tarde lluviosa de mateadas, en la que nadie acudía al local me confesó su cariño filial hacia mi . Ese día continuó contándome de su familia a quienes el tanto quería, compuesta por su madre y dos hermanas. Su padre, me dijo, había muerto hacía ya tanto tiempo, cuando él era solo un niño que no podía recordar siquiera el sonido de su voz y que yo en cierta medida y en algo que no recordaba le parecía a él, me pareció un halago. Así fueron trascurriendo los días y los meses, nuestra amistad crecía. Jorge cada tanto presentaba conductas extrañas pero yo lo atribuía al stress natural de la vida misma. Cierto día había venido un cliente con las ínfulas infladas acompañando un mal humor desbordante y se había puesto a gritarle por un problema que Jorge había causado. Mientras gritaba y gritaba él lo miraba desde éste lado del mostrador sin decir palabra alguna, lo que enfurecía más y más al alterado cliente. De repente, Jorge lanzó una carcajada fuera de sí, dio media vuelta y se fue del local. El cliente y yo nos miramos desconcertados. Generalmente un griterío de tamaña magnitud hubiera dado resultado un ida y vuelta. Pero en este caso no, simplemente se fue… De más está decir que esa tarde no volvió a trabajar. Yo como siempre lo cubrí. Lo apreciaba…lo quería…que se yo. Era un buen pibe parecía menor de lo que era, aniñado, pelirrojo, con cara de bueno, charlábamos, me escuchaba, hasta quizás más que mis propios hijos A veces me sorprendía porque podía pasarse horas y horas sin hablar hasta que de repente parecía que algo cambia en él y volvía a convertirse en un torrente de palabras que empujan para salir de su boca. Por eso aquel día cuando volvió por enésima vez a nombrar a su perfecta familia, no me sorprendí, siempre hablaba del tema, y por lo que parecía este día no iba a ser la excepción. - Mi madre todo el tiempo está cocinando para nosotros- exclamó – postres, tortas, A mí me espera con la comida calentita todas las noches- volvió a sonreír y por primera vez sentí un escalofrío al verle hacer esta mueca que parecía macabra. Ese día no sentí su agradable compañía. El prosiguió su monólogo – mis hermanos siempre hacen cosas diferentes, pero siempre estamos unidos – sus afilados dientes volvieron a asomar y volví a sentir la incomodidad que antes había recorrido mi cuerpo. Y siguió y siguió. Atendió tan amablemente a los clientes con una predisposición no antes vista. Salimos y me invitó a cenar, fuimos a la pizzería de la esquina. Disfrutamos una rica calabresa con una cervecita bien helada, su agradabilidad floreció nuevamente y yo volví a sentir esa grata compañía que tanto disfrutaba, pasamos horas y horas charlando,

domingo, 7 de octubre de 2012

pedimos otra cerveza, y otra pizza, y vuelta otra cerveza. Reímos, pedimos postre mientras continuábamos la charla. Cuando el suntuoso reloj dorado que colgada de la roja pared de la pizzería anunciaba que eran las doce y media, Jorge se levantó bruscamente y exclamó – tengo que irme, mamá hace tiempo que no está bien- torció su boca para formar nuevamente esa mueca macabra – yo la cuido-. Dicho esto me extendió la mano con un billete el cual yo me negué a aceptar. –Dale José-gimió- yo te invité, no la hagas más larga que necesito irme. No sé porque cual acto reflejo tomé el dinero que me entregaba. Me quedé allí simplemente mirando al vacío. Con media porción frente a mí. Mirando a través del ventanal las grandes zancadas de sus pasos sin gracia. Lo seguí con la mirada hasta que salió de mi vista. Pagué la cuenta y me fui. Volví a casa desconcentrado con una sensación extraña flotando dentro de mí. Al día siguiente no fue a trabajar, no me preocupe, ya lo había hecho antes, las veces que lo cubrí. Pero al siguiente tampoco se presento, no lo hizo en toda la semana. Como el dueño no aparecía a menudo, yo me las arreglaba para hacer el trabajo lo mejor que podía solo y así evitarle una sanción. Al pasar el fin de semana y no presentarse ese lunes tampoco, mi preocupación fue en aumento, busqué su ficha personal en la carpeta de la oficina que contenía nuestros datos. Encontré su número, lo marqué... llamaba...llamaba pero jamás nadie atendía. Esperé unas horas, volví a llamar, nada cambió. ¿Qué debía hacer? ¿Ir con la policía? ¿Sería para tanto? O solo una tontera mía, quizás había decidido no trabajar más, que se yo, y en vez de hacerlo como lo haría un trabajador normal directamente decidió no ir. Llegué a la conclusión que haría un llamado mas, si nadie atendía iría esa noche a ver a la casa. Tomé papel, una lapicera y anoté la dirección que figuraba allí: Huma huaca 2345, número tres. Casi al final de la jornada laboral, tomé nuevamente el tubo y marqué, nada. ¿Se habría enfermado la madre? El dijo que estaba muy enferma. Por esa razón habría salido a las corridas al hospital, me figuré. Salí del trabajo a las ocho, el clima se puso hostil, como si con su hostilidad querría decirme algo. Lloviznaba, el viento cálido hacía mecer las hojas de los árboles hacía un lado y hacía el otro. Apresuré el paso, quería llegar cuanto antes, quizás este joven con el que había logrado encariñarme me necesitaba ¡parecía estar tan solo! ¡Tan perdido! Llegué al lugar, parecía un pasillo interminable, vi el portero eléctrico a mi derecha, había seis timbres. Toqué el correspondiente al número 3, una vez, y dos, tres. Al igual que con el teléfono nada sucedió. Apreté fuerte, me colgué, pero todo siguió igual. Me acerqué mas a la enorme puerta de fierro negro y vidrio, miré adentro, solo ese pasillo lúgubre y gris con las baldosas viejas acompañadas de la humedad provocada gracias a la llovizna. Volví a insistir con el timbre, estaba muy preocupado a esta altura. Sentí que levantaron el tubo porque escuche un sonido del otro lado del portero, escuche música, lo que parecía música clásica, lo escuché a él, a Jorge, riendo, con una risa que nunca antes le había escuchado. Me provocó calosfríos. Pero volvieron a cortar. Desconcertado volví sobre mis pasos, ¿iría a la comisaria? Ya no sabía qué hacer, quizás fue todo un divague mío.


De más está decir que esa noche no pude pegar un ojo. Cada vez que lograba conciliar el sueño, esa risotada me despertaba.
Me levanté antes que de costumbre, si lo único que hacía era girar en la cama. Salí temprano, esperaría en la puerta hasta que Jorge salga y hablaría con él, tenía que salir. Si no, esta vez si, la comisaria me aguardaba, no podía ya con esta incertidumbre un minuto más.
Espere, nada pasó, volví a tocar timbre y nadie contesto como era ya previsible. Volví a pararme al  lado de la puerta. No dejaba de mirar mi reloj mientras aguardaba por alguna novedad.
De repente la puerta de entrada se abrió dejando lugar a un gordo que prácticamente no cabía en la puerta. –Disculpe, sabe algo del ocupante de la vivienda número tres, hace una semana que quiero y no puedo contactarme con él- mi rostro no podía disimular mi preocupación.
El gordo me miro, lanzó una carcajada y con total desparpajo me dijo –pasa, fijáte vos- se marchó dejando la puerta abierta tras de sí, caminando mientras seguía riendo, cosa que me indignó en sobremanera.
Tenía la oportunidad y la iba a aprovechar. Entre sin dudarlo, caminé hasta el número tres sin mirar las otras puertas ni detenerme a hacer una inspección del lugar. Ya estaba allí, de la puerta solo colgaba un desvencijado tres de madera que casi parecía una doble ve por estar caído. Golpeé, ocurrió lo mismo que con el teléfono y con el timbre: absolutamente nada. Toqué el picaporte, lo moví, la puerta cedió y tras un crujido se abrió. La casa estaba iluminada tenuemente, podía apreciar un tono amarillento y avejentado al lugar. Me invadió la pena, pensar que Jorge vivía allí. Seguí caminando. El lugar era deprimente. Al entrar a la cocina, el horror se apoderó de mi colgado de ganchos metálicos desde el techo el cuerpo de una mujer mayor, sin vida imitaba el gesto de alguien cocinando, tenía en sus manos pegado lo que parecía un cucharón. Giré e intente correr pero al hacerlo pude distinguir el sillón donde yacía otro cuerpo pero era una mujer joven, por el estado de los cuerpos haría tiempo que estaban allí. Solo atiné a exclamar un –¡¡oh por Dios!! Ya mis pies no respondían quería salir de ese horror lo más pronto posible pero solo podía moverme lentamente. Una puerta al costado estaba abierta y podía distinguir unos pies que asomaban sobre la cama. Me lo imaginé, no necesitaba verlo. Volví a girar, y lo vi ahí, parado, mirándome, sonriendo sin decir nada. Hizo la mueca que me provocaba terror por lo que salí corriendo hacia la comisaria.
Hice la denuncia, la policía inmediatamente partió para el lugar, yo quedé en la comisaria con un vaso de agua dada la excitación por mi descubrimiento.
Volvieron los policías, me miraron fijos y desconcertados, yo sin entender lo que pasaba pregunté – ¿todo bien oficial?
El policía me miró dubitativo, tras unos segundos habló – Yo no sé que vio usted señor, pero en el lugar no había nada ni nadie- Yo no cabía en el asombro, ¿como podía ser?- ¿QUEEEEE???- grité.
-Cálmese- Me intentó tranquilizar- hablamos con los vecinos, nadie habitó en ese lugar por años, lo vendieron hace poco, van a construir un edificio. 


Salí de ahí, me sentía mareado, me habían recomendado que viera un doctor. No lo sentía así, me fui con la ingrata sensación, que Jorge Mattia, o quien o que haya sido algo había querido decirme.