Un momento inesperado
Pensaba que este relato iba a tener un desenlace
distinto, en el cual yo relatará las diferencias de ese hombre del cual estaba
escribiendo y del viejito flaco y frágil que veía delante de mí.
Sin embargo mi final ha dado un giro tan drástico como
triste. Yo estuve durante todo el mes de enero en la ciudad de Rio Gallegos,
de donde es oriundo mi novio. Mientras hablaba con él por teléfono me decía que
estaba bien. Cuando vuelvo me entero que está enfermo, todo el cuerpo lleno de
hematomas y hemorragias que no coagulaban. Pasó toda una semana internado
previa transfusiones de sangre, parecía que ya estaba mejorando. Le dieron el
alta. Al día siguiente de esto lo pasamos mirando la tele, charlando y tomando
su tan preciado mate cocido, todo parecía haber mejorado, pero el sábado 19 de
febrero de este 2011, mi papá se despertó con un fuerte dolor de cabeza, al
tomarle la presión la tenía altísima, por lo que el dolor de cabeza fue
atribuido a eso. Al transcurrir las horas y no cesar el dolor, lo llevamos al
hospital de la ciudad de San Fernando, donde entro en la guardia, acompañado de
mi hermano.
Jamás olvidaré cuando lo vi caminando esa última vez,
entrando a la guardia, con la camisa fuera del pantalón, todo zaparrastroso
como el solía vestirse, (tanto que en el sindicato era conocido por andar
siempre con el mismo saco),
caminando lentamente. A las horas lo llamaron a mi hermano para que vaya a
ayudar a ponerlo en una camilla, ya casi estaba inconsciente. Después de salir
nos informó con expresión triste que papá ya estaba viejito y que no tenía
ganas de seguir adelante.
Esta frase me tiro totalmente abajo, se me acabo el
mundo, mi papá, mi viejo, mi héroe, mi amigo, mi todo.
Cuando al rato pude entrar a verlo, acostado, siendo
pinchado en ese momento, con sus ojos como perdidos, sentí que ya nos estábamos
despidiendo, le di un beso, le dije que lo amaba, me miró y en su confusión
solo me dijo “eh?”, la enfermera nos sacó de allí y esa fue la última vez que
vi su mirada.
Destruida volví a mi casa, llorando un luto prematuro
que presentía que pronto iba a llegar, lloré y lloré, me descargue, no podía
preguntarle a Dios por qué de lo que estaba haciendo, porque se lo estaba
llevando. Era una persona mayor, 82 años, vivió su vida plenamente, disfruto,
nos tenía a todos nosotros a su alrededor y no sufría a su partida.
El día siguiente, domingo, no fui a verlo, estaba todo
perdido para mí. El lunes estaba igual en el mismo estado, pero el martes
supuestamente estaba repuntando, fui a verlo, las plaquetas le habían subido,
había respirado sin respirador, todo se veía favorable, abandonamos el hospital
por finalizar el horario de visita a las siete de la tarde nos fuimos, llegamos
a casa como a las nueve, yo iba a dormir a la casa de mi socia amiga Marcela
Agusti. Cuando estábamos llegando a la parada de colectivo escuchamos el grito
de mi hermana Marcela que nos llamaba, era para decirnos que papá había
fallecido. ¡Que dolor! Ahora sí, el momento de partir había llegado, el 22 de
febrero, un día que no podré borrar jamás de mi alma.
Al igual que esa imagen caminando hacia la puerta de
la guardia, hoy se me hace que así entro al cielo. Caminando lentamente rodeado
de ángeles.
Tengo que continuar mi historia con lo que le había
pedido que me escriba un día, ya no va a ser lo mismo, cuando me contaba y yo captaba sus expresiones, sus
miradas, sus sonrisas y todo. Ahora solo será lo que recuerde de sus palabras más
las notas que me ha hecho. Veremos hasta donde llegaré…
Hubiese deseado terminar y regalárselo como homenaje.
Como homenaje a su vida, que sepa lo que lo admiraba. Igual lo sabía, pero
hubiera querido que lo lea terminado. Pero sé que desde donde está me está
guiando, y me quedo tranquila que leyó lo que estaba escribiendo, esa fue la
primera vez que leyó algo de lo que había escrito, y si bien no sé si le
gustaba tanto que lo hiciera, le gustó.