Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.- GABRIEL GARCIA MARQUEZ

viernes, 27 de julio de 2012


Un momento inesperado
Pensaba que este relato iba a tener un desenlace distinto, en el cual yo relatará las diferencias de ese hombre del cual estaba escribiendo y del viejito flaco y frágil que veía delante de mí.
Sin embargo mi final ha dado un giro tan drástico como triste. Yo estuve durante todo el mes de enero en la ciudad de Rio Gallegos, de donde es oriundo mi novio. Mientras hablaba con él por teléfono me decía que estaba bien. Cuando vuelvo me entero que está enfermo, todo el cuerpo lleno de hematomas y hemorragias que no coagulaban. Pasó toda una semana internado previa transfusiones de sangre, parecía que ya estaba mejorando. Le dieron el alta. Al día siguiente de esto lo pasamos mirando la tele, charlando y tomando su tan preciado mate cocido, todo parecía haber mejorado, pero el sábado 19 de febrero de este 2011, mi papá se despertó con un fuerte dolor de cabeza, al tomarle la presión la tenía altísima, por lo que el dolor de cabeza fue atribuido a eso. Al transcurrir las horas y no cesar el dolor, lo llevamos al hospital de la ciudad de San Fernando, donde entro en la guardia, acompañado de mi hermano.
Jamás olvidaré cuando lo vi caminando esa última vez, entrando a la guardia, con la camisa fuera del pantalón, todo zaparrastroso como el solía vestirse, (tanto que en el sindicato era conocido por andar siempre con el mismo saco)[1], caminando lentamente. A las horas lo llamaron a mi hermano para que vaya a ayudar a ponerlo en una camilla, ya casi estaba inconsciente. Después de salir nos informó con expresión triste que papá ya estaba viejito y que no tenía ganas de seguir adelante.
Esta frase me tiro totalmente abajo, se me acabo el mundo, mi papá, mi viejo, mi héroe, mi amigo, mi todo.
Cuando al rato pude entrar a verlo, acostado, siendo pinchado en ese momento, con sus ojos como perdidos, sentí que ya nos estábamos despidiendo, le di un beso, le dije que lo amaba, me miró y en su confusión solo me dijo “eh?”, la enfermera nos sacó de allí y esa fue la última vez que vi su mirada.
Destruida volví a mi casa, llorando un luto prematuro que presentía que pronto iba a llegar, lloré y lloré, me descargue, no podía preguntarle a Dios por qué de lo que estaba haciendo, porque se lo estaba llevando. Era una persona mayor, 82 años, vivió su vida plenamente, disfruto, nos tenía a todos nosotros a su alrededor y no sufría a su partida.
El día siguiente, domingo, no fui a verlo, estaba todo perdido para mí. El lunes estaba igual en el mismo estado, pero el martes supuestamente estaba repuntando, fui a verlo, las plaquetas le habían subido, había respirado sin respirador, todo se veía favorable, abandonamos el hospital por finalizar el horario de visita a las siete de la tarde nos fuimos, llegamos a casa como a las nueve, yo iba a dormir a la casa de mi socia amiga Marcela Agusti. Cuando estábamos llegando a la parada de colectivo escuchamos el grito de mi hermana Marcela que nos llamaba, era para decirnos que papá había fallecido. ¡Que dolor! Ahora sí, el momento de partir había llegado, el 22 de febrero, un día que no podré borrar jamás de mi alma.
Al igual que esa imagen caminando hacia la puerta de la guardia, hoy se me hace que así entro al cielo. Caminando lentamente rodeado de ángeles.
Tengo que continuar mi historia con lo que le había pedido que me escriba un día, ya no va a ser lo mismo, cuando  me contaba y yo captaba sus expresiones, sus miradas, sus sonrisas y todo. Ahora solo será lo que recuerde de sus palabras más las notas que me ha hecho. Veremos hasta donde llegaré…
Hubiese deseado terminar y regalárselo como homenaje. Como homenaje a su vida, que sepa lo que lo admiraba. Igual lo sabía, pero hubiera querido que lo lea terminado. Pero sé que desde donde está me está guiando, y me quedo tranquila que leyó lo que estaba escribiendo, esa fue la primera vez que leyó algo de lo que había escrito, y si bien no sé si le gustaba tanto que lo hiciera, le gustó.


[1] El solía contar un dialogo entre dos trabajadores y reírse mucho –lo vi a Boveri- a lo que el otro le responde -¿y todavía sigue con el mismo saco?-

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